La vida ordinaria

C XV: La ilusión de la “vida ordinaria “ 

Lo que ha dado en llamarse materialismo afecta negativamente al ser humano tanto en lo físiológico como en lo psícológico.

Es por eso que las facultades de COMPREHENSIÓN y de PERCEPCIÓN son cada vez más limitadas.

Cuando nos referimos a la comprehensión nos referimos a la posibilidad de realizar una abstracción mental, es decir utilizar las facultades mentales de las que dispone la condición humana.

En cuanto a la percepción, la evidente decadencia se manifiesta en el uso de los cinco sentidos. Vemos sus manifestaciones en la música, el cine, los hábitos alimentarios y de convivencia con el medio ambiente.

El hombre moderno es el producto de haber renunciado a la comprehensión de su trascendencia, desarrollando un punto de vista totalmente volcado hacia lo sensible, utilizado hoy como sinónimo de la realidad.

El hombre moderno sin poder concebir ni percibir nada fuera de los sistemas en los que está encerrado se retroalimenta de sus propios errores, y persiste en dicho error mediante el uso de los métodos propios que fogonean las falsas oposiciones sin que deje espacio para nada que pueda elevar el punto de vista.

Así se desarrolla la vida de nuestros contemporáneos en la cual no hay lugar para abordar lo universal. Así vemos vaciarse los templos y más triste aún vemos el reemplazo de lo sentimental por aquello que debiera ser dominio de la intelectualidad pura.

 Cuando la ignorancia llega a este punto la inversión es una consecuencia lógica, el punto de vista profano también domina las instituciones que debieran velar por un punto de vista sagrado y sin prisa pero sin pausas todo su quehacer está imbuido del sentimentalismo que debiera trascender.

Vemos como toda influencia tradicional va siendo  reemplazada por preocupaciones mundanas y al no concebirse lo “suprahumano” se reduce todo a una escala humana en la cual no queda lugar más que para un punto de vista relativo.

La filosofía moderna atrapada en lo relativo, comienza con el “sentido común”, deviene luego el racionalismo hasta terminar en el materialismo o positivismo. 

Podemos hilar:

 el elogio cartesiano del “buen sentido”, en la cual la “vida ordinaria” es el dominio de ese buen sentido llamado también “sentido común”;

el racionalismo, que no es más que un aspecto más especialmente filosófico del “humanismo”, reducción de todas las cosas a un punto de vista exclusivamente humano;

 materialismo o positivismo: la cual niega todo aquello que está más allá del mundo sensible, esto también puede presentarse como un “agnosticismo”, declarando todo aquello que está más allá del mundo sensible como “inaccesible” o “incognoscible”, en ambos casos el resultado es el mismo.

En la mayoría de nuestros contemporáneos esto no se presenta como una teoría filosófica a la cual se adhiere, es simplemente un materialismo o positivismo “práctico” independiente de toda teoría filosófica. Este estado de espíritu permite dos cosas:

 una difusión muy rápida y

 un modo irreflexivo e inconsciente;

 esto ha penetrado e impregnado toda la naturaleza del individuo.

Se observa que la filosofía es “representativa” de una cierta mentalidad, una consecuencia, no incide en ella, es una consecuencia no una causa.

El mecanicismo y el materialismo mismos no han podido adquirir una influencia generalizada más que al pasar del dominio filosófico al dominio científico.

Todo aquello que tenga un carácter científico debido a las aplicaciones prácticas y utilitarias tienen una mayor repercusión que las teorías filosóficas en la mentalidad común.

Esto nos lleva a que la “vida ordinaria” tenga una fuerte dosis de “pragmatismo”. 

Este “pragmatismo” se ha querido erigir en un sistema filosófico lo cual es posible porque:

 la mentalidad moderna y profana en general ha sufrido un giro hacia lo utilitario;

 en el estado presente de la decadencia intelectual se ha perdido completamente la noción de verdad, la utilidad o la comodidad la substituyeron completamente.

 Desde que se ha convenido que la «realidad» consiste exclusivamente en lo que cae bajo los sentidos, el valor que se otorga a una cosa cualquiera está en función de producir efectos en el orden sensible.

 La «ciencia», considerada a la manera moderna, como esencialmente solidaria de la industria, si no incluso confundida más o menos completamente con ésta, debe ocupar a este respecto el primer rango, y que por eso se encuentra mezclada tan estrechamente como es posible a esta «vida ordinaria». 

La ciencia quien aparece como la proveedora de las cosas que la mentalidad moderna requiere elabora hipótesis sobre las cuales pretende fundarse, y aunque no tengan asidero las mismas son aceptadas por una masa que solo es capaz de captar lo sensible.

 Las aplicaciones prácticas no dependen de la verdad de esas hipótesis, un ejemplo de ello representa el cálculo en el campo físico aún con los errores formales en el dominio matemático.

 Concebida así esta ciencia no tiene ningún valor como herramienta para acceder al conocimiento.

Sin embargo esta manera de entender la ciencia «triunfa» porque el espíritu instintivamente utilitarista del «público» moderno, el «triunfo» o el «éxito» deviene como una suerte de «criterio de verdad», si es que todavía se puede hablar aquí de verdad en un sentido cualquiera.

 El mundo moderno tiene una tendencia materialista que se manifiesta desde el punto de vista filosófico, científico o simplemente «práctico». ¿La falsa dicotomía planteada espíritu-materia podría ser el origen de esta tendencia?

Toda esta situación constituye un estado de equilibrio eminentemente inestable, por lo tanto toda la organización del mundo moderno corre mucho riesgo de ser perturbada por «interferencias» inesperadas. 

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